lunes, 10 de junio de 2013

Mi pequeño-gran estudio

Hace un tiempo os hablé de mi pequeño-gran hotel, pues bien, como podéis imaginar tanta ocupación y tan diversa requiere una gestión altamente efectiva y, en ocasiones, como cualquier gran multinacional, es tremendamente complejo conseguir que todo funcione correctamente. Para ello tengo un estudio, la oficina en la que gestiono todo lo que necesito. Ahora con la crisis, surgen también nuevas oportunidades, se abre un mundo nuevo de posibilidades que hay que saber ver y aprender a innovar para sobrevivir en un panorama a todas luces complicado. 

Mi estudio es uno de esos espacios que engañan, por fuera parece más bien pequeño pero en realidad, una vez dentro descubres un lugar muy amplio con un despacho central bastante grande. Muebles blancos modernos y clásicos, combinados con objetos funcionales y delicadamente escogidos que le aportan el color y la calidez necesarios para un buen equilibrio. En uno de los laterales tengo una sala de reuniones reservada para cuando vienen mis asesores, quienes por fortuna, creen y confían en mi criterio y cuando yo no puedo con todo aparecen con su mejor sonrisa dispuestos a ayudarme como mejor saben.

Me gusta combinar lo mejor del mundo clásico y del moderno. Por ejemplo, tengo un iMac último modelo con un sólo cable para la electricidad y con todos sus accesorios correspondientes inalámbricos, sin embargo mi mesa es de madera antigua, bien trabajada y pintada de blanco y tengo una gran colección de libretas, lápices y plumas para escribir cuando siento la necesidad de hacerlo. Para mí son momentos de silencio y de soledad altamente valorados, los disfruto enormemente y me sirven para hacer grandes descubrimientos, generar ideas, evoluciones de pensamiento, nuevas líneas de actuación, soluciones a las situaciones más complejas, etc. Son mis momentos mágicos en lo que encuentro luz y que me hacen profundamente feliz por eso me gusta rodearme de cosas que me provoquen buenas sensaciones y que me ayudan a acceder a ese lugar en el que se esconden preguntas y respuestas.

El estudio también dispone de largos pasillos que son el camino perfecto para acceder a aquellos lugares más recónditos en los que almaceno en grandes bibliotecas todo tipo de experiencias, recuerdos, momentos, fotografías, libros, cuadros, películas, series de televisión, guiones, trabajos realizados, proyectos pendientes, sueños y un largo etcétera. También tengo un almacén un poco más oscuro donde guardo las lecciones aprendidas de los peores momentos vividos, no me gusta su base, pero sí el resultado por lo que tengo que ir allí necesito recuperar algo que aprendí en su día y que por circunstancias de la vida debí olvidar. Así que antes de tomar cualquier decisión verdaderamente importante, mi labor como gestora es entrar en todas y cada de esas bibliotecas para poder tener en cuenta todos los puntos de vista posibles y dejar el menor margen de error. Intento siempre que ese margen se mantenga entre un 0 y un 1%. Ambicioso, lo sé.

Para ello, en muchas ocasiones tengo que entrar varias veces en las mismas salas así que mandé construir raíles y un carrito parecido al de las minas pero en versión moderna y confortable. Lo malo es que la biblioteca de las malas experiencias como no la quería cerca de las demás la ubiqué en un lugar de díficil acceso y para llegar allí necesito un equipo completo de escalada. Antes de emprender el camino de descenso tengo que prepararme física y emocionalmente, así que habitualmente dar ese paso me lleva mucho  tiempo; tengo que localizar todo el equipo, ponerme el traje, las botas, el arnés, el casco, los guantes, preparar las cuerdas, superar el miedo a caerme, a hacerme daño, a que se rompa la cuerda y no sea capaz de regresar...así que cuando siento que llega el momento de bajar hasta allí, suelo avisar a uno o dos de mis consejeros sólo para que estén al tanto, con el móvil cargado de batería por si no puedo volver sola de allí abajo.

Cuando ya lo tengo todo arreglado tan sólo me hace falta dar el primer salto hacia abajo bien agarradita a la cuerda y comenzar la bajada. En ese momento recuerdo el significado de la palabra vértigo y un sudor frío y molesto me recorre la espina dorsal. Las dudas y el miedo al dolor me asaltan pero entonces, recuerdo que soy valiente y muy fuerte y que soy capaz de conseguir todo lo que quiero cuando me lo propongo así que...cierro los ojos durante unos segundos, respiro profundamente un par de veces y, a la tercera, cojo aire y ... pam, ¡salto! Ahora que ya hice lo más duro, sólo tengo que confiar en mí y seguir bajando hasta llegar al suelo.

Una vez allí abro la puerta y siento escalofríos...pero siempre he sido de arriesgar por lo que no vacilo, abro la puerta y me enfrento a mis propios fantasmas, busco entre los libros, páginas, páginas y más páginas que leo con la linterna de mi casquito rojo, revivo experiencias dolorosas y siento ese mismo dolor pero desde el aprendizaje y sigo así hasta que encuentro la solución y descubro una vez más que el dolor es igual de necesario que el placer. Aquí es cuando me reafirmo, aunque sepa que la vida a veces es muy dura y en ocasiones jodidamente dolorosa, cuantas más veces me enfrento a mis miedos, más cerca estoy de mí misma y más segura de mi camino y así me doy cuenta de ya tengo lo que necesito y que es hora de volver a subir.

Al hacerlo descubro que con el paso de los años y de mis múltiples viajes el camino de vuelta es cada vez más rápido y fácil y, en un visto y no visto llego otra vez arriba. Vuelvo a mi confortable despacho, me echo una buena siesta en el sofá y duermo tranquila y en paz conmigo misma. Me despierto renovada, realizada, más fuerte y más sabia. Me regalo una buena ducha y salgo a darme un homenaje: un buen desayuno al sol, acompañada de buena música y me invade la sensación de que todo está en su sitio y bien ordenado.  Aún con mucho trabajo por delante ya sé que tengo que hacer algunas reformas para continuar creciendo y obteniendo un año más un balance positivo en mi pequeño-gran hotel.