miércoles, 2 de septiembre de 2015

Recuerdos

Junio. 

Dentro de unas semanas llegarán las vacaciones, llegará el verano. Emoción. Me doy cuenta observando el pequeño rincón del mundo en el que vivo. Cuando vuelvo del colegio y bajo a la calle a jugar, veo como pequeñas hordas de niños suben y bajan la calle llevando maderas consigo. A veces desearía atreverme a ir con ellos. Sé para qué son las maderas. Huelen a verano. 

Una tarde cualquiera me veo transportando yo también pequeños trozos de madera con mis amigos camino al descampado desde el que observo el horizonte. Me pregunto qué habrá más allá de esa línea azul, ¿se acabará el mundo allí? ¿si llegas hasta allí nadando luego qué pasa? ¿te caes? ¿a dónde? ¿qué será aquello? ¿qué habrá al otro lado? En fin, me invaden preguntas y en mi mente me evado sin querer de lo que estaba haciendo. Un toque de atención 'eh, Laura! me trae de vuelta. Me veo a mí misma con mi pequeña aportación de madera en las manos y la tiro hacia el montón en el que hay muchas más con toda la emoción de estar participando en algo grande. Hacemos varios viajes y como si fuera algo prohibido, escucho la voz de mis padres en mi cabeza 'Laura, ten cuidado que las maderas tienen clavos y te puedes hacer daño y coger cualquier infección', las desoigo y continúo con lo mío, la emoción de colaborar en la construcción de la hoguera me puede.

Pasan los días y la emoción aumenta, cada excursión a la calle es testigo de la grandeza de nuestra construcción, va tomando forma de pirámide. Con mi estatura sólo puedo participar en hacer más grande la base pero yo voy lanzando la madera con todas mis ganas a ver si consigo que alguna llegue un poco más arriba. Y así, poquito a poquito se acerca el gran día. Los niños más mayores tienen el muñeco y escalan la pirámide para clavarlo arriba de todo, en la punta. Ahora mientras lo escribo me resuenan tintes gores, en su momento, me parecía todo espectacular.

Llega el gran día, el cole se acabó hace unos días. Empieza el revuelo y la emoción se dispara por las nubes. En la calle se respira alegría y movimiento. En casa, el estrés de arreglarse para bajar a cenar a la calle. Emoción pura para mí. Atardece y no se espera ni a que se haga de noche. Bajamos a la calle, ¡por fin! En el aire olor a fiesta. Todo se ha llenado de terrazas y parrillas, gente por todas partes, familias que como la nuestra han bajado a la calle y buscan su sitio o ya lo tienen. La actividad es frenética, comienza a anochecer y el aire ya huele a sardinas. Con los padres vigilando, localizo a mis amigos del barrio, vamos corriendo a vernos atolondrados y emocionados, y nos dejan libertad controlada para vivir la tradición, como locos nos vamos a por el pan de broa y a por la primera sardina, suena la música y se oye la voz del barrio, gente cenando al aire libre, hablando, riendo y disfrutando de la fiesta, es la noche más mágica del año, al menos es lo que todos dicen, se quemará todo lo malo y le daremos la bienvenida al verano. Vino, orujo, sardinas, pan y café para los mayores, para nosotros, sardinas pan y refrescos, es como estar en un cumpleaños pero a lo grande.

Pasa la noche y en algún momento sin que nos demos cuenta se enciende la hoguera, empezamos a molestar a los padres para que nos dejen ir allí, pero no nos dejan solos así que empezamos a tirar de ellos para que nos lleven a verla, llevamos mucho tiempo esperando el momento y ahora los segundos son vitales. Nos dicen que esperemos que la hoguera es grande y aún tardará en acabarse pero queremos verla arder entera y no queremos perdernos ver cómo arde el muñeco. Ellos ya lo han visto cientos de veces, pero nuestra emoción y nuestros ojos de niños no entienden de tiempos, lo queremos ver ya, queremos ir ya, la paciencia no está en nuestro diccionario. Después de un tiempo que para nosotros es eterno llega el gran momento, nos llevan. Nos acercamos a la hoguera con ilusión y miedo, pero la ilusión es mucho más grande así que nos acercamos más, pero algo nos tira del cuello de la camisa. Al principio solo estamos con nuestras familias. Yo con la mía. Me abrazo a la pierna de mi padre y cojo la mano de mi madre, y me quedo allí, absorta completamente, maravillada por esa visión, el fuego consume la madera y todo lo que se ha tirado allí, mi madre me ha dicho que el fuego aleja lo malo así que tiro allí desde mi cabeza todo lo que no me gusta y sin más, observo con los ojos más abiertos que puedo para no perderme nada. Todo arde, el muñeco hace rato que desapareció y así sin más miro el fuego, viendo como las llamas se alzan como si tocasen cielo e iluminan cálidamente el lugar. El mar parece negro y brilla con la luz de la hoguera, me parece bonito, extremadamente bonito y no sé si eso es que se está haciendo la magia de la que hablan los mayores o qué, pero todos observamos en silencio el bellísimo espectáculo de fuego. Hace calor, llevo la ropa manchada y la cara sucia, testigo de las sardinas y el pan que me he comido. Pasan las horas y la hoguera se va haciendo cada vez más pequeña hasta que ya no queda demasiado fuego así que los mayores comienzan a saltar la hoguera, es demasiado grande para nosotros, pero alguien ha apartado unas maderas para hacer una para los niños, ahí ya me reencuentro con mis amigos y participo de la tradición de saltar la hoguera bajo la atenta mirada de los mayores, tengo miedo. Me han dicho que quema y que es muy peligroso, pero quiero hacerlo, miro cómo se hace y me armo de valor, camino hacia atrás sin perder de vista la hoguera y empiezo a correr lo más rápido que puedo acercándome hacia ella, pego un salto y...¡allá voy! En un visto y no visto estoy al otro lado, con la adrenalina por las nubes y sonriendo feliz por haberlo conseguido, no me he quemado y me siento como si pudiera volar. A partir de ahí todo es repetirlo una y otra vez, risas, emoción, coloretes y manchas de carbonilla por todas partes hasta que los padres ya aburridos nos dicen que la fiesta se terminó y que es hora de volver a casa, nadie quiere pero se ve que hay que hacerlo: 'Tranquila Laurita, el año que viene lo podrás volver a hacer'. Acepto a regañadientes y me voy con la esperanza     del próximo San Juan. 

L.