Qué le dices a una persona joven que quiere morir?
Me hablaba su alma antigua aunque ella era aún muy joven. Noté algo quebrarse dentro, mi corazón. Mi mejor amiga, mi confidente, allí, delante de mí, mirándome con aquellos ojos habitualmente llenos de luz me dijo serena que ya no quería seguir viviendo.
Llevábamos siendo amigas desde la cuna. Habíamos compartido todo, ropa, mantitas, paseos y hasta carrito, todo, hasta aquel jodido instante. Nuestras madres eran amigas así que como era de esperar, a medida que fuimos creciendo compartíamos hasta las babas que resbalaban para caer en las manos, aquellas cosas redondas con las que lo tocábamos todo a nuestro paso, en aquel pequeño parque del barrio atestado de niños de una generación; la del baby-boom, aquella de los 80. El tiempo en su continuo devenir nos fue uniendo cada vez más; la gente nos decía que éramos uña y carne, y los más groseros, culo y mierda. En fin...cómo culparles. Hasta cuando de más mayores nos enfadábamos y pasábamos días sin hablarnos, nuestro vínculo no se rompía nunca.
En millones de cosas no estábamos de acuerdo pero en las que importaban...en esas sí; éramos las únicas personas capaces de poner a la otra en su sitio cuando hacía falta. Pero los últimos tiempos habían pasado factura. Habían sido muy duros para ella, no quiero decir que antes hubieran sido fáciles, joder, no lo fueron, para ninguna de las dos de hecho. Sin embargo, siempre nos tuvimos, en las duras y en las maduras y hasta ahora, todo lo habíamos podido superar juntas. Nos entendíamos incluso en el silencio. Siempre creciendo. Hasta aquella tarde en la que se me heló la sangre de golpe.
Era consciente de lo mal que lo había pasado los últimos años, había estado a su lado y había visto desaparecer de sus ojos aquella chispa varias veces. Tenía ese tipo de luz extraña y potente que no le era indiferente a nadie. Siempre tuvo algo especial, incluso en sus momentos más oscuros desprendía ese halo, ese ‘algo’ que no se puede describir con palabras. La gente confiaba en ella sin pestañear, yo me daba cuenta porque para mí siempre había sido igual, nunca jamás había confiado en nadie tanto como en ella. Incluso en el momento más triste conseguía reírse y hacerte sonreír con alguna de sus salidas de tono. Sin embargo, aquel día no.
Aquel puto día en el que todo lo que era ella parecía haberse esfumado, no había rastro de esperanza, no vi ningún brillo, la chispa había desaparecido por completo, lo supe, fue como si tocase su alma y la viera por dentro. Agotada. Cansada. Incapaz de luchar. Vacío.
Su mirada me dio pánico. Vi claramente la determinación, la resolución y supe que no me estaba pidiendo ayuda; había venido para decirme adiós.
Yo no quise aceptarlo, no podía, le dije que era la persona más fuerte y valiente que conocía. Contestó: “No quiero vivir más”.
No quiero vivir más, no quiero vivir más...no sé cuanto tiempo estuve en shock, pero en ese trance no escuchaba nada más que el eco de aquella frase llenando todos mis vacíos. Me teletransporté a otro espacio: una tribu. Una anciana. La sabia. Se despedía de los suyos dejando su sustituta y avisando de que mañana ya no despertaría. Oí mi nombre, “Laura, laura, estás ahí?” Volví, sólo la miraba, era incapaz de hablar, el dolor me estrujaba el corazón, mis lágrimas testificaban en silencio aquella despedida, cruel, amarga, injusta. Aquella sería la última vez que la vería, todas las risas, los recuerdos, la vida, se agolpaba en mis ojos y cada fotograma era una daga que se clavaba más fuerte, más intensa que la anterior.
-“Alea jacta est”, dijo.
Supe que era el final, cerré los ojos todo lo fuerte que pude, como si al abrirlos pudiera despertar de aquella pesadilla. Al levantar de nuevo la vista, vi mi rostro reflejado en el espejo.
L.