Era como si hubiera
vivido ya varias vidas y en cierto modo se hubiera cansado ya de hacerse
preguntas. Había conseguido demasiadas respuestas y muchas de ellas no le
causaban placer, más bien lo contrario; había alcanzado tanta sabiduría que
dejó de creer en la magia. Para él, no existía; en un mundo tan terrible como
el que había conocido, no podía haberla, el horror de la guerra, el dolor del
corazón, la pérdida de su familia y amigos, la ambición desmedida, el egoísmo,
la pereza, la mirada de un niño en ese instante antes de morir, en fin…todo
aquello había destrozado para siempre ese frágil órgano, había arrasado con
cualquier posibilidad de creer que aún había algo maravilloso en el mundo a
pesar de toda esa negrura.
Le había llevado
tantos años levantar aquel muro que sin él no podía considerarse a sí mismo.
Antaño fue una piedra, más tarde una roca, luego dos, y así sucesivamente, con
cada nuevo golpe ganaba altura y consistencia hasta que llegó a construir un
acantilado. Aquella era su manera de protegerse de las olas, de la violencia
del mar y del viento, de la lluvia, de los rayos y funcionaba ¡caray si
funcionaba! según él era lo mejor que había hecho en toda su vida. Mientras él
tuviera el control podía vivir más tranquilo, no feliz por supuesto, pero
aquello era una utopía para él, simplemente era un término del diccionario en
el que obviamente no creía, quizá hubo un tiempo en que sí, pero desde luego ese
tiempo había quedado relegado a ese rincón cubierto ahora de polvo, ese rincón
en el que las almas perecen hasta que el cuerpo decide irse con ellas.
Había perfeccionado
tanto su método, que hasta eso era brillante en él. Aquel inmenso conjunto de
rocas tenía incluso belleza, producía una extraña fascinación. Un trabajo de
ingeniería excelente desde luego, no parecía construido por el hombre, pero
como sí lo era, no había contado con el margen del error humano. Igual que le
protegía de lo malo, también le protegía de disfrutar con alegría de la luz del
sol, del cielo despejado, de la quietud del mar en calma, del sonido de los
pájaros, ése fue el precio que consciente o no estaba pagando. Aquello fue lo
que le hizo olvidar que a veces, cualquier humano, por brillante que sea
necesita dejar entrar la luz para que su propia luz interna pueda volver a
encenderse e iluminar de nuevo su alma.
Cuentan los
ancianos del lugar, que hubo una tormenta tan fuerte que el cielo parecía
partirse en dos, parecía que el mar cubriría la tierra entera. El ruido de los
truenos era ensordecedor, todos creían que se acercaba el fin…incluso él temía
por su propia vida, aquella vida que en ocasiones, en la oscuridad, veía ya con
indiferencia. Afortunadamente cesó de repente y el cielo que se vio después de
aquello todavía llena de esperanza los corazones de la gente, el sol era de un
azul maravillosamente dulce, el sol iluminaba calentando lo justo, la brisa
soplaba, el mar se calmó y fue uno de los días más bellos que tuvieron la
suerte de disfrutar. Aquel día, al volver a su estudio, vio que la tormenta había
venido con una misión, justo antes de acostarse, en ese momento conocido como
duermevela, descubrió una grieta en su acantilado particular, pudo verla,
porque de ella salía un pequeño rayo de luz.
3 comentarios:
Tus textos tienen siempre tantos matices, tantos niveles... No dejes de escribir, por favor.
MML
Graciñas, MML! A ver, no soy yo sola, son las musas, las seguiré invocando para que me ayuden a seguir :)
que chulo
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